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jueves, 15 de junio de 2017

El Catrín

                         
                           El Catrín



La lluvia cae a cántaros. Las ventanas son blanco de las feroces ráfagas de un viento inusual que amenaza con romper los cristales hasta convertirlos en diminutos diamantes.
Hace frío. Un fuerte olor a azufre inunda mi hogar. La noche y la ausencia de luz alimentan la oscuridad que reina en mi habitación.
Mi respiración se acelera con cada golpe que atisban en la puerta. No sé cuanto resistirá el feroz aporreo.
Me encojo aún más en mi escondite. Estoy hecha un ovillo debajo de mi cama. Tiemblo de miedo y frío.
Mis padres salieron al teatro hace un par de horas, después irían a cenar. Me dejaron a cargo de una niñera que ahora yace en el sillón rodeada de un charco de sangre. La masa la atravesó con sus enormes garras. Yo lo vi.
Estuvimos frente a frente solo uno minuto pero tengo su imagen grabada en mi cabeza como una fotografía. 
Es horrible, ni siquiera sé como describirlo. Parece un muñeco de plastilina negra malhecho. O una figura de parafina derritiéndose.
No tiene ojos, solo un par de agujeros por donde escurre un líquido rojizo. Es asqueroso.
Donde se supone debía estar su nariz, solo hay un surco profundo, acompañado de dos orificios. Su boca es enorme, pero sus dientes lo son más. Me recuerdan las fauces del tiburón que mi padre conserva disecado en su estudio.
A los costados cuelgan dos masas flácidas que terminan en garras afiladas. No camina, se arrastra dejando a su paso un rastro viscoso.
Apareció de repente. Un ventarrón, similar a un pequeño tornado, lo depositó justo en la sala.
La niñera y yo veíamos una película, la señal se perdió y el televisor se apagó en cuanto la masa amorfa apareció. 

El grito de espanto que salió de la garganta de la niñera, lo enfureció. Entonces se le fue encima ensartando sus garras justo en su pecho. Se estiró como acordeón. 
Todo pasó muy rápido.
Cubrí mi boca con las manos para amortiguar el ruido que acompaña un grito de horror puro. La masa notó mi presencia y volteó buscándome. Fue ese momento en que nos miramos.
Salí corriendo rumbo a mi habitación después de eso. Ahora estoy encerrada y escondida debajo de mi cama. El infame llanto apareció y mis padres no han vuelto.
-Maggie, no tiene caso que te ocultes. Te advierto que te encontraré en un chasquido.
Su voz resuena como eco en las paredes de mi habitación. Es grave. Estoy segura que a cualquiera le provocaría escalofríos.
El viento aúlla con fuerza intentando colarse. Parece su aliado. Uno azota mi ventana, mientras el otro golpea la puerta. Ambos me asustan. Ambos me atemorizan.
En poco tiempo la puerta no puede continuar resistiendo aquel ataque descarado y cae derrotada.
El monstruo se desparrama sobre la madera que recubre el piso. Ahora luce como un charco de arcilla negra y aguada.
Para mi asombro, comienza a incorporarse, pero esta vez, adquiere otra apariencia.
La masa amorfa se esfumó y su lugar lo ocupa un chico vestido con traje negro y corbata. Trae un bastón en la mano y un sombrero de copa en la cabeza. Es muy guapo. Parece un catrín.
Un leve quejido brota de mi y de prisa llevo las manos a mi boca. 
¿Cómo de algo tan asqueroso salió un chico así?
《Igual a un fénix resurgiendo de las cenizas.》, pienso mientras lo observo. La luz tenue de la luna y el espejo junto al armario me muestran todo. El viento cesó.
Mi corazón se detiene al verlo arrodillarse para asomarse debajo de la cama.
-Te dije que no podías esconderte de mi, mi adorada Maggie.
《¿Por qué sabe mi nombre?》
Me arrincono más cuando estira la mano para agarrarme. Una urgencia de ir al baño aparece.
-Ven, querida -dice. Un brillo inusual escapa de sus ojos enrojecidos -. Es hora de irnos.
-¿Irnos? ¿A dónde?¿Quién eres?
Mi voz sale apenas en un hilo. El miedo que me envuelve es evidente. El catrín ríe satisfecho.
Al notar mi desobediencia, agita su mano y hace volar la cama. De un tirón me sujeta por la cintura. Está tan cerca que siento su frío aliento.
-Soy tu dueño y señor. Desde hace catorce años me perteneces. Fuiste canjeada por un insignificante favor que me rogó tu padre. Tonto, lo hubiera hecho por mucho menos de lo que me ofreció. Y todo por el amor ciego a una mujer. ¡Qué estupidez la del humano! -brama como animal-. He venido a reclamarte.
Mi vida pasa frente a mi como una película. El desapego de papá, la ausencia de cariño para conmigo y esos celos injustificados que nacían en él cada vez que mamá me acariciaba, su insistencia en viajar para alejarse de mi, dejándome a cargo de los abuelos o de Gaby, la niñera, comienzan a tener sentido.
Ese amor ciego que profesa a mi madre, no es más que una enfermedad fulminante. Un cáncer que lo ha invadido desde antes de mi existencia.
Mi padre es un monstruo. Uno que me entregó sin más a cambio de un favor.
Miro al catrín y me compadezco, al menos él puede justificar sus acciones. Es un demonio. Ellos no tienen sentimientos, ni consciencia ni remordimientos.
¿Pero, mi padre?, aquel hombre que debía protegerme y amarme, ese es el verdadero monstruo. Uno que me acompañó catorce años.
Una sola lágrima me permití derramar. Él no lo valía.
-De acuerdo, iré contigo. Pero hay algo que debo hacer antes.
El catrín asiente. Busco lápiz y papel y escribo un par de líneas a mi madre. Un peón más en el tablero, tan víctima como yo.
"Ve a la iglesia y pide ayuda. Mi padre no es quién dice ser."
Ella entenderá el mensaje, es fiel a su religión. El pastor la librará de ese demonio que duerme con ella. Mi padre.
Después de eso, el catrín extiende su mano. Yo no dudo y la tomo. Desaparecimos juntos.







Microrrelatos y algo más


                                                                              I

                                                El hombre del antifaz



Aquella noche María no podría dormir, sabía que su mente no se libraría de la imagen de ese hombre. 
De un momento a otro,  ahí estaba él, con la mirada encendida, como animal a punto de atacar, sintiéndose protegido por el anonimato que le proporcionaba el antifaz.
-¿Sorprendida? -preguntó con voz enronquecida recargado junto a la puerta, con esa sonrisa torcida. 

María, presa de la indecisión, de no saber si quedarse o correr, se había quedado muda. Él la ha había encontrado con facilidad entre un tumulto de gente aun cuando estaba protegida por una decena de seres de luz.
-¿Quién eres?¿Por qué me estás buscando? - quiso saber temblorosa, con su respiración agitada. Aquella presencia le impone.
- Te quiero a ti -respondió endureciendo la mirada. 

De pronto, él pareció dudar  y retrocedió, su mirada se había clavado en ese peculiar anillo sujeto por un cadena que colgaba de su cuello.
La piel de María se erizó a causa de una corriente eléctrica que está segura ambos sintieron. Nunca antes lo había visto,  pero sabe quién es él porque su alma se ha alborotado al sentirlo tan cerca.
  Y así tal como había llegado, desapareció dejándola desolada. Pero algo en su interior le dijo que volvería a verlo  y , muy pronto.  Esta vez, pese a las consecuencias,  ella no intentaría ocultarse... 
NOTA
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